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Oscar y Mayita

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JULIO E. FONTANET

CATEDRÁTICO DE DERECHO Y EXPRESIDENTE DEL colegio de abogados

Dejando de lado lo que pudieron ellos imaginar o no, lo que no debe sorprendernos es la capacidad que tiene nuestro pueblo para superar el antagonismo cotidiano cimentado en la recurrente discusión política sobre cuál debe ser destino político de Puerto Rico. Y ello a pesar de que en demasiadas ocasiones las posturas que se asumen relacionadas con la economía y la criminalidad -y hasta en temas culturales- dependen de cómo éstas se puedan vincular a determinado estatus político.

Atender el estatus político del país es un asunto de primera importancia, pero ello no puede implicar que no se tenga la capacidad de evaluar las cosas en sus propios méritos. Eso fue precisamente lo que aconteció la pasada semana cuando cientos de puertorriqueños -estadistas, autonomistas e independentistas- se encarcelaron en Mayagüez, Ponce, Caguas y San Juan en apoyo a la liberación de Oscar. La participación fue masiva y diversa: todos los sectores del país participaron activamente, no meramente renunciando simbólicamente a su libertad, sino en muchos otros aspectos de la actividad.

Históricamente, se nos ha hecho fácil unirnos cuando, como pueblo, hemos percibido la justeza de un reclamo o cuando sentimos que estamos frente a un abuso de poder. De ahí han surgido esas alianzas espontáneas o colaboraciones a favor de la salida de la Marina de guerra norteamericana de la isla de Vieques, la resistencia a la pena de muerte, el apoyo a la unicameralidad, la lucha contra el gasoducto y, más recientemente, la oposición a Monsanto. En todas estas iniciativas, el estatus político era y es totalmente irrelevante.

Es difícil no solidarizarle con el reclamo de libertad para Oscar. Fue convicto por el desacreditado cargo de conspiración sediciosa. Dicha disposición legal fue creada inicialmente para perseguir a inmigrantes en el siglo 18 y, con el pasar del tiempo, a disidentes políticos. Oscar no fue convicto de ningún cargo que implicara...

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