Un país que se deshace

Nota del editor: El Nuevo Día se encuentra en Venezuela para cubrir los sucesos antes, durante y después de las elecciones presidenciales del próximo domingo. Esta es la primera entrega de la serie “168 horas en Venezuela”.

CARACAS, Venezuela.– La escena se asemeja a la que ocurre en los frenéticos días inmediatamente siguientes a una conflagración natural. Largas filas, bajo el sol ardiente o la lluvia ocasional, esperando tres, cuatro, hasta cinco horas por un producto de primera necesidad. Son las ancianas, las jóvenes madres cargando a sus bebés, los obreros y las obreras que faltaron o llegaron tarde a su empleo por las horas que tuvieron que pasar aquí.

Las filas, que aquí llaman colas, son, principalmente, para conseguir los cinco productos regulados, considerados esenciales en la dieta del venezolano y que escasean o han subido tanto su precio que el gobierno se ha visto obligado a intervenir en su distribución: arroz, pollo, harina, café y pescado.

Hay filas también para acceder a dinero en efectivo en los bancos. Pero no son las filas que se ven normalmente en cualquier banco. Son gigantescas colas que a veces dan la vuelta a bloques.

Y están las descomunales filas, de horas también, para poder subirse a alguno de los métodos de transporte masivo, formales e informales, que también comienzan a escasear aquí.

“Vengo a ver si (el dinero) me da para el pollo. Si no, me llevo solo la harina”, dijo a El Nuevo Día María Rita Mosquera, una empleada doméstica retirada de 71 años, de rostro y manos endurecidas por los afanes, mientras hacía una fila que ya iba entrando en su cuarta hora en un supermercado administrado por la Guardia Nacional Bolivariana, una rama del ejército de este país, en el barrio Petare, en la zona de Caracas.

Hay, sin embargo, una diferencia entre lo que ocurre en este país suramericano de 31 millones de habitantes y lo que se ve en casi cualquier otro sitio donde hay largas líneas de gente esperando por algo en las calles. Aquí, las filas no son la excepción; son la norma. No son la respuesta a una situación atípica; son lo cotidiano.

Empiezan a formarse desde que sale el sol en distintos puntos de esta ciudad y del resto de este país, todos los días. Por donde quiera que se mira, se ve lo mismo: una enorme procesión de personas cabizbajas, con rostros enjutos, sudorosos, agobiados por el sol, apretados unos contra otros, esperando, esperando y esperando.

Las filas son tal vez el rasgo más perceptible a simple...

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