PALABRAS PARA EL AMOR

Por Ana Teresa Toro

ana.toro@elnuevodia.com

Las cartas de amor se escriben empezando sin saber lo que se va a decir, y se terminan sin saber lo que se ha dicho.

Jean Jacques Rousseau

La primera carta tardó en llegar. Primero, la mirada. Era la década del cincuenta, ella caminaba por los pasillos del recinto riopedrense en la Universidad de Puerto Rico. Una joven actriz de teatro, 23 años, toda vida y ganas. Él, 26 años, joven pero con un largo camino recorrido como exiliado español.

-¿Quién es ella?, preguntó él.

-Se llama Flavia Lugo y es actriz de teatro, le contestaron.

-Con una así me caso yo, dijo.

Ella estudiaba su maestría, él impartía clases de arte. Ella terminó, sin conocerlo, matriculada en una de sus clases. Él la vio llegar y le inquirió: "¿Qué hace usted aquí? Esto no es clase de teatro". Ella, al tiempo, se dio de baja. Él era un profesor joven, con acento extranjero y con eso que llaman "mundo". Ella tenía un novio con el que llevaba ya cinco años. Con el tiempo se volvieron a encontrar en una guagua.

-¿Todavía tiene novio?

-Sí.

Pero el amor premia a quienes lo escuchan. Nació, discreta, una amistad. Aparecieron las flores, los libros, los jugos de china en el Nilo en Río Piedras y las caminatas hasta la parada de guagua. También apareció la culpa. "Un hombre así, imagínate, ¡quién no se enamora!", confiesa Flavia Lugo de Marichal, quien a sus 85 años conserva la mirada brillante de la juventud cuando se enamora. "Yo me quería morir, lloraba todo el tiempo porque no podía con la culpa de saber que me estaba enamorando de otra persona. Y hablé con el novio que tenía y le dije que esa Navidad me iría a Yauco con mi familia a aclarar mi mente", cuenta.

A su regreso a Río Piedras encontró un regalo envuelto en papel verde que había dejado el novio. La carta leía: "Esta es la esperanza de que todo vuelva a ser como antes". Hablaron y ella le dijo que le diría a ese señor Marichal que no la buscara más, que no fuera más a la estación. A lo que él respondió: "Yo no quiero lo que otro deja".

"Entonces yo le di las gracias porque me abrió una puerta que yo había cerrado. Mi espíritu no puede aguantar eso. Si me lo hubiese dicho mi marido también lo hubiese dejado", dice.

La casualidad los juntó en una fiesta en casa de Francisco Arriví. Marichal diseñaba escenografías también y Flavia era ya una actriz conocida.

"Cuando me vio llegar, enseguida se sentó al lado mío y me dijo: si se casa conmigo le prometo por lo menos seis hijos. Y...

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