Palabras sanadoras en medio de la tempestad

La felicidad se asomó nuevamente el pasado miércoles en la escuela elemental José Robles Otero, ubicada en el barrio Ingenio, en Toa Baja. Ese día, la mueca de alegría se dibujó en los rostros de los niños y las niñas de este plantel, que tras dos meses sin clases y después de sobrevivir el azote del huracán María, recuperaban un poco de normalidad. Volvían a sus maestras, a sus materias, pero, sobre todo, a sus amistades, al juego.

Bastó entrar a la escuela para sentir el alborozo, la adrenalina y esas carcajadas contagiosas de los alumnos que aliviaban el peso de la densa atmósfera que se siente en este barrio de Toa Baja, el cual se vio seriamente afectados por la furia del ciclón. La ruta para llegar a este plantel es lo más parecido a un lamento. El camino está repleto de casas destruidas y escombros, por el que pasan diariamente estos chicos, muchos de los que todavía permanecen en refugios, ya que perdieron sus hogares.

Pero ese miércoles, era como si ese escenario que se asomaba al otro lado del portón de la escuela, no existiera. Dentro del plantel, se asomaba el sol y los niños y niñas se cobijaban con él. Perfectamente uniformados, salían de sus salones con entusiasmo para participar de una actividad que les traía el Salón Literario Libroamérica en Puerto Rico, organizadores del Festival de la Palabra.

Las maestras -todas ataviadas con camisetas que leían #PuertoRicoSeLevanta- organizaban a los niños y niñas con cariño y respeto, conscientes de que este era el primer día después de la tormenta. El primer día después de ese huracán cuyos vientos y lluvia trastocaron la vida de un día para otro. Algunos tenían dibujados en sus rostros la bandera de Puerto Rico y otros un coquí taíno, símbolos que servían para alegrar sus cachetes sudados, pero también para celebrar el descubrimiento de este país, que hoy como ayer, sigue resistiendo.

Mientras los alumnos se iban sentando en el suelo del patio interior de la escuela, la escritora Mayra Santos-Febres, junto a varios cómplices, entre ellos la autora Awilda Cáez, la editora Neeltje Van Marissing y el músico Juan Gudiño Cabrera, conversaban con el director del plantel, Marcos Rivera Santiago, quien los contactó para que acudieran a esta escuela con el proyecto “Que no se acaben las palabras”, organizado por el Festival de la Palabra.

Esta iniciativa, surgida a raíz del huracán, tiene como propósito crear espacios de expresión y reflexión, para un proceso autocurativo a través de...

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