Pasadizo a la esperanza

Por Lilliam Irizarry

Especial para El Nuevo Día

"Le llaman la Puerta de la Esperanza y los niños la cruzan voluntariamente", expresa la estudiante de 22 años sobre la entrada a la Casa Familiar Virgilio Dávila donde realiza trabajo voluntario como parte del capítulo de Students in Free Enterprise de la Universidad de Puerto Rico en Bayamón.

Esa puerta, que une la Casa Familiar con el patio de ese residencial público, la cruzan diariamente decenas de niños de entre seis y 14 años en busca de apoyo para realizar sus tareas escolares. Una vez allí, obtienen mucho más que tutorías.

Además de actividades deportivas, sociales y culturales, los menores reciben alimento para el cuerpo y para el alma. Ninguno se va sin probar un poco del amor que podría ayudarlos a evitar las drogas, el alcohol, que dejen la escuela antes de graduarse, los embarazos precoces.

Molina destaca que el 99% de los núcleos familiares de Virgilio Dávila depende de ayudas económicas del gobierno, el 85% de los padres solo cursó hasta sexto grado y el 61% de los hogares tiene una mujer a la cabeza.

"Estos niños me han enseñado a valorar más las oportunidades que tengo, y a sonreír pese a todo. Ellos aprovechan el esfuerzo. Te hacen sentir que todavía hay esperanza", sostiene la estudiante de Administración de Empresas que llegó hasta esa comunidad hace dos años como parte de una iniciativa solidaria para transferirle a "la casita" los conocimientos financieros y las herramientas económicas que le permitan ser autosustentable.

Desde que llegó, Molina funge como gerente de "Dale color a la vida de un niño", un programa de apadrinamiento en el que, entre otras actividades, los menores confeccionan y pintan "árboles de la esperanza" en los que se pegan regalitos que llevan el nombre de cada persona que done cinco dólares. "Por cada 200 regalitos, apadrinamos un...

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