Paseo cardenalicio

ÁNGEL DARÍO CARRERO

ESCRITOR

Nuevamente ha regresado con motivo del Festival de la Palabra. Me ha tocado acompañarlo durante su recital, hablar de su poesía científica y, también, llevarlo de paseo con los amigos Luce y Arturo. Almorzamos en un restaurante en Cataño, refugio de amantes de la intimidad y de la contemplación de la naturaleza. La selección del mismo corresponde a mi interés en brindarle una visión del Viejo San Juan desde la otra orilla.

Me aseguré de la existencia de un repertorio de frituras nacionales y ron que no fuera Bacardí. "El ron Bacardí es puro veneno", dictamina Ernesto. "La mejor comida es la de los pobres", dice mientras disfruta una empanadilla de berenjena. "La comida de los chinos es medio cruda porque, como no había combustible en las casas, encendían el estiércol para calentarla un poco. Y a todos gusta", ejemplifica.

Conocí personalmente a Ernesto hace años, gracias a que un huracán nos mantuvo a ambos varados en un hotelito en Panamá. A él le debo la crítica más generosa y premonitoria acerca de mi poesía. Pero realmente lo conocí mucho antes: a través de su libro "Vida en el amor". Lo devoré siendo novicio, en las frías faldas del volcán Popocatepetl en México. En fechas cruciales, siempre debo preguntar a los amigos: ¿ya te regalé "Vida en el amor"?

Ernesto me hace saber que ese libro nació de un modo particular. Él había sido novicio en el monasterio trapense de Gethsemany, en Kentucky, nada menos que bajo la tutela espiritual de Thomas Merton. En el noviciado le tenían prohibido escribir. Ernesto trazaba líneas en raquíticos papeles que daban constancia de su proceso espiritual. Años más tarde, fuera ya del monasterio donde sólo estuvo dos años, regresó a aquellas notas y, descifrándolas, redactó ese libro magistral de la espiritualidad contemporánea.

El libro tiene la ventaja de ser, además, una obra literaria. Extrañamente, pocas obras teológicas o espirituales, acaso contagiadas por el complejo racionalista, tienen en la actualidad verdadero aliento literario. Cardenal me confirma que incluso el gran Merton, "que era un verdadero genio en todo, era un poeta menor. Sus diarios sí son una maravilla".

Me interesan los pormenores del acompañamiento espiritual que ofrecía el célebre Merton. "¡Decepcionante!", contestó. Su respuesta me toma por sorpresa, pero también sé que es su estilo...

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