Una patada hacia la libertad

Por Samadhi Yaisha

Especial El Nuevo Día

Teníamos la misma edad. Al igual que yo, había sido periodista de 'hard news'; ella en México, y yo en Puerto Rico. Igual a mí, había comprado un apartamento soñado y se había gastado una fortuna en la remodelación. Había manejado su carro anhelado, como yo había comprado el híbrido de esmalte rojo que ansié durante cinco años. Ella se había casado con "el hombre perfecto", y yo con una carrera que amaba... Hasta que todo comenzó a desmoronarse. Ya no funcionaba. Mientras ella resentía su vida cuadriculada, me sentaba sobre mi mobiliario tailandés e indio con el corazón igual de acongojado, porque el único confort que tenía era poder llorar sobre muebles más caros. Y la crisis engordó hasta estallar, en el caso de ella, como divorcio y renuncia a su trabajo; y en el mío, como el divorcio de mi carrera, porque ya me daba náuseas prestar mis neuronas para escribir de la política burda y circular; mis dedos ya sangraban de reportar tanta sangre; fallecían los poemas que tenía en la barriga, y la muerte -que entonces la veía enemiga- me había arrebatado gente querida. Así que poco a poco, en voz baja, me fui refugiando en la yoga y la meditación hasta que un día salí del clóset espiritual, aún temiendo el rechazo. Me atrevía a vivir otra vida. Lo abandoné todo, hasta el nombre.

Algo se transmuta en el interior cuando alcanzas lo que más querías material y profesionalmente, y no te sientes más feliz. Como el juguete de Navidad que pierde su magia al día siguiente. Y esa insatisfacción crece hasta convertirse en la desesperanza y el encierro que una aprovecha para vestir la infelicidad con más comida, más cigarillos, la botella de licor ligero y frutoso, otra relación disfucional, más tacones de felpa negra, y todos los capítulos de "Sex in the City", porque de repente esas chicas de la pantalla a lo mejor tengan la respuesta, o quizás sea el antidepresivo de moda, o puede ser las poetas que lees, pero ellas también andan tristes; a lo mejor los cursos de mejoramiento personal que funcionaron por dos o tres años y se desinflaron. Puede ser, entonces, estudiar una carrera nueva, cambiar las amistades, cambiar las reglas. Si no es eso, entonces debe ser que la lucha política tiene la solución... porque quizás en otro país ha funcionado. Alguno cuya bandera ondee en la ONU y en el miradero de la Torre Eiffel, donde la tuya no aparece...

Y algo pasa también más allá de las fronteras de tu percepción y tu piel...

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