El pecado original

Estábamos todavía enredados en la Edad Media cuando al genio escritor italiano Giovanni Boccaccio, en ‘El Decamerón’, su obra maestra, se le escapó, como un disparo, aquella frase que desde entonces le marca el paso a media humanidad: "Un pecado que está oculto, está medio perdonado". De ahí, los aspavientos que vimos en la clase política cuando un distinguido legislador quedó públicamente retratado haciendo lo que en privado se ha hecho toda la vida con inagotable desfachatez.El pecado de la corrupción, al no estar oculto, dejó de estar "medio perdonado" y empezó la rasgadura de vestiduras en público y el crujir de dientes. Ese pobre hombre, Guillermo Miranda, representante bisoño del Partido Nuevo Progresista, que hasta superintendente de escuelas había sido, está en tremendo lío porque se le ocurrió despedir a una empleada que no quiso cooperar vendiendo cuarenta míseros pesos en una rifa, para su campaña política.Esos $40, si tanta falta le hacían, se los podía haber pedido hasta a una tía y estaría feliz el resto del cuatrienio legislando la moral de otros, como le gustaba hacer.Pero el poder emborracha aunque sea a una escala tan minúscula y vulgar como la de ese ese varón y, como don Vito Corleone a Peter Clemenza, le ordenó a un tal Paco que "disponiera" de la empleada rebelde, cosa que el tal Paco hizo al parecer muy eficazmente y de muy buen ánimo.La empleada resultó ser una lince y grabó a Mister Miranda reconociendo que había ordenado bajarle el dedo por los mentados $40. Poco más de 24 horas después de que se diera a conocer la grabación, el susodicho anunciaba que, a partir de mañana, no será ya representante. Eso sí fue una muerte súbita. No sale todavía el hombre del aturdimiento de saber que algo que todos hacen le haya costado tanto precisamente a él.El dinero no es la raíz de todo mal en la vida, como alguna gente cree. Pero sí lo es en la política. Es, bien mirado, el pecado original, del que parten muchos otros más.Demasiados políticos hacen cuanta maroma se pueda imaginar, y entran a cuanto tugurio haya que entrar, buscando el billete que les ayudará a ganar una elección, incluso, más que las maravillosas ideas que pudiera tener. Más de uno ha pasado la madre de los mal ratos a causa de los actos innobles en que a menudo tienen que incurrir para llegar a la codiciada olla de oro.En toda dependencia pública hay un Paco o muchos Pacos, versión azul y versión roja, velando quién coopera y quién no, para marcarlo...

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