Pecador, sí; corrupto, no

WALDEMAR J. RAMÍREZ

CONSULTOR EMPRESARIAL

Sobre los pecadores, observa el papa gaucho, no es necesario hablar mucho "porque todos lo somos, y nos conocemos desde dentro". A los santos los describe como "aquéllos que no han perdido la memoria de amor" y que cumplen su deber sin pretender adueñarse del viñedo. Y entonces Francisco nos plantea: ¿qué pasa cuando queremos adueñarnos de la viña? He aquí la raíz de la corrupción.

Hablamos de aquéllos que han optado por romper la relación con el patrón de la viña, propiedad destinada a sostenernos a todos, para montarse en un burdo sentido de autonomía desde donde sólo su fortuna importa.

Eran meros pecadores, pero han dado "un paso adelante" y se han convertido en "adoradores de sí mismos". Ahora caminan en medio de nosotros, por las mismas calles nuestras, pero no caminan con nosotros.

Como comenta Bergoglio en su libro "Corrupción y pecado" (2005), "el corrupto camina por la vida por los atajos del ventajismo", con cara de "yo no fui". Con apariencia ingenua e inocente, procura descabezar a cualquier autoridad moral que pueda cuestionarlo. El corrupto no conoce la fraternidad o la amistad, sino la complicidad. La corrupción, con su lenguaje de fingimiento, se expresa en una atmósfera de triunfalismo, porque el corrupto se cree un ganador. Y muchos...

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