Un pequeño Borinquen en Kissimmee

KISSIMMEE, Florida.- Atravieso la entrada para llegar al estacionamiento y allí me golpea un dulce aroma de repostería, como el olor dulzón de las ferias.

El lugar está rodeado de árboles que te aíslan del bullicio externo y, a medida que avanzas y te acercas al quiosco, escuchas coquíes y algún grillo que se cuela en la parranda.

Otro olor me desvía. Es uno que me catapulta en un viaje de Kissimmee a Piñones. Alcapurrias, rellenos de papa, taquitos de jueyes.

Hasta palpé el aroma de aquellas empanadillas de pizza que fueron muchas veces mi almuerzo diario en mis años universitarios.

Me siento en el balconcito del establecimiento, que parece más una casita boricua de madera con colores brillantes donde abunda el amarillo y el verde. La mesita de al lado la llena don Edgardo Martínez, un militar retirado del ejército, natural de Bayamón, pero que vive aquí hace varios años. Lo acompaña su esposa Carmen Santiago, su hija y una nietecita.

Se instalan con la seguridad del cliente frecuente. Ignoran el menú como sabiendo de antemano qué van a comer.

Piden varias alcapurrias, un par de empanadillas –una de pollo y otra de pizza–. Agregan a la lista una malta India y un frío vaso de maví para “pisar”.

“Esto es como un pequeño Puerto Rico… este es el ‘best’ lugar para comer”, dijo Carmen. “Es como ir a Piñones o a Guavate”, asegura don Edgardo.

Se echó su último bocado de una respetable alcapurria, y del balcón pasó al interior de la tiendita. Salió con un cremoso límber de coco, otro de acerola, otro de mantecado.

Lo observo, porque hay varias técnicas de degustar un límber: la de apretar el vaso hasta remover el frío manjar para luego virarlo al revés y comerse primero el fondo; comerlo con una cuchara, o meterle el diente tal y como está en el vaso.

Esta última técnica aplica mejor al límber de coco pues te permite disfrutar esa sabrosa cremita que se forma en la parte superior. Don Edgardo optó por la cuchara.

“Yo vengo al menos una vez cada mes. Me enteré por Facebook. ¡Ah! Los sábados hay pinchos… son unos pinchotes así”, dijo mientras extendía ambos brazos para ilustrar las dimensiones de tal exquisitez.

“Y te recomiendo que llames y los pidas de antemano pues a veces se acaban”, me dice como en secreto, con la solemnidad de quien da un gran consejo.

“¡Nos vemos, mijo!”, se despide como si me conociera. Es la familiaridad que te brota cuando te disfrutas la fritanga. Que nadie lo niegue.

Me quedo en mi silla y sale la dueña de Coquí Snacks...

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