Perro

Mario Alegre Barrios

Amanece cualquier día de esta semana cuando paso a su lado por primera y última vez. Con no más de 20 años, sucio y descalzo, sobrevive la nota como si soñase, acurrucado en la acera, en un rincón contra el muro de la iglesia luterana que mira al mar en ruta al Viejo San Juan.

La visión dura apenas cinco segundos, lo que tardo en pasar frente a él en la carrera matutina, y el tiempo justo para ver -casi en cámara lenta, pienso después- la jeringuilla junto a su mano abierta, su rostro como de cera y al perro.

Sobre todo al perro, un sato beige, recostado detrás de él en la misma posición, como si el animal hubiese intentado imitar al hombre al compartir la soledad de ambos.

Al escuchar mis pasos el perro levanta la cabeza. Tiene las orejas gachas y una mancha blanca en la frente.

Por un instante nuestras miradas se encuentran. La de él, cansada, indiferente; la mía, quizá perpleja, quizá conmovida, quizá culpable, quizás avergonzada, quizás impotente, quizá todas las anteriores, con mis tenis de $...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR