La piel de la palabra

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

ESCRITOR

Los cinco vituperios quemadores sirvieron a un buen escritor español para descalificar a Claudio Magris, cuando el escritor italiano obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Si se tratara de la descalificación irracional con que algunos artistas reaccionan a la obra ajena, se entendería a medias. Una descalificación causada por la animosidad del descalificador contra quienes poseen lo que él no posee.

Por ejemplo el talento avasallador, la disciplina férrea y la resistencia a la chapucería. Por ejemplo la disposición terca de buscar asomantes insólitos, desde los cuales escudriñar las vidas y los milagros que le interesa abordar.

Pero, de ninguna manera Fernando Sánchez Dragó responde al tipo del artista irracional. En Sevilla una vez, en Salamanca otra, disfruté de su afabilidad y don de gentes. A más de la inteligencia y la perspicacia acumuladas en sus libros, el despliegue de racionalidad y el trato elegante a los invitados fueron piedra angular del éxito que alcanzó su conducción del programa televisivo "En blanco y negro".

Dicho lo dicho, ahora digo que el trabajo creador de Claudio Magris no es mediocre, invertebrado, exangüe, lívido, cadavérico. Lo arma una prosa argumentada y enriquecida por tonos y matices verbales, muy capaces de flexibilizarla, párrafo tras párrafo. La prosa del enorme escritor italiano parece guiarla una sola ambición: llevar la idea al puerto seguro que es la página donde el lector la disfruta, por juiciosa, exacta y bella.

Ocurre en las reflexiones que integran la recopilación ensayística "Utopía y desencanto". Ocurre en narraciones exploratorias del vivir y sus quebrantos, como "El Danubio".

A propósito de las discrepancias de opinión, recuerdo un encuentro de escritores celebrado en Madrid. Uno de los allí presentes adujo ignorar el valor y la trascendencia de "Cien años de soledad", pues se le había caído de las manos, apenas llegar a la mitad. Otro argumentó que a la novela colombiana le sobraban cincuenta páginas, por lo menos. Y un tercero, aprovechando el flanco entreabierto por su predecesor, avanzó a rematar que a "Cien años de soledad" le sobraban cincuenta años, al menos.

Como mis sesos eternizaron la novela paradigmática de García Márquez, obra cuya excepcionalidad no se agota siquiera en cien lecturas, los comentarios me supieron a chicharrón rancio.

Sin embargo, muchos años después, los comentarios despectivos me aleccionaron sobre el agrado o el...

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