Piragüero de nueve décadas

Justiniano “Justo” Torres Jiménez lleva cerca de 80 años raspando un bloque de hielo para hacer piraguas y ganarse la vida.

A sus 90 años, es una figura popular en Arecibo –y pueblos limítrofes– por haber estado décadas frente a la escuela elemental Federico Degetau. Los estudiantes han crecido y se han mudado a otros municipios, pero continúan siendo sus clientes.

“Desde los 11 años estoy comprándole piraguas y ya tengo 56. Cuando era chiquito la compraba a 15¢, después a 25¢ y ahora a $1.50. Lo único que ha cambiado es que, cuando chiquito, la pedía de mantecado y frambuesa y ahora es limón y frambuesa. El que no se ha comido una piragua de estas, no se ha comido una piragua todavía”, afirma Ángel Centeno mientras degusta el frío cono de hielo bañado de sus sabores favoritos.

No bien termina de hablar y Néstor Cruz salta y agrega: “Yo anteayer estaba en Manatí, pensé en las piraguas y bajé por el expreso y vine aquí a comerme una. Esto es autóctono de aquí. Él mismo lo hace en su casa (el sirope). Yo tenía 8 años cuando empecé a comer piraguas, cuando estaba ahí en la escuela”.

“Estas son piraguas, las otras son imitaciones”, agrega Jerry Acevedo, otro antiguo cliente.

“Papi, con tu permiso, dame una de frambuesa y una de mantecado grande”, interrumpe más adelante Jorge Luis, uno de los siete hijos de Justiniano, que lo acompaña en el lugar desde que unos delincuentes lo asaltaron.

Mientras converso con los clientes, el hombre no detiene su faena de raspar fuertemente el hielo con el “cepillo” (aparato de hierro en forma de cajita) que lleva con él unos 30 años. Añejo también son el carrito donde está el bloque de hielo y los frascos con los diversos sabores de sirope, que él construyó hace como 40 años.

Y es que en esa esquina de la carretera PR-2 todo es historia. Hijo de un trabajador de la caña, Justiniano fue uno de los muchos jíbaros que se mudaron a la Capital buscando un mejor porvenir a principios del siglo 20. En su caso, llegó a San Juan con apenas 10 años de edad.

“Me fui pa’ allá buscando ambiente y como era menor no encontré trabajo, y allí empecé con un carrito vendiendo a 5¢. Me gustó y me quedé”, cuenta Justiniano, quien se para sobre un taburete de madera para raspar el hielo y servir las piraguas.

Luego de casarse y tener a sus primeros tres hijos, decidió regresar a Arecibo, no encontró trabajo y un primo volvió a ponerlo en la ruta del negocio propio cuando le regaló un carrito de piraguas que no utilizaba.

Receta...

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