Playa

Miguel Rodríguez Casellas

Contrario a este imaginario, mi paraíso playero es terriblemente melancólico: lluvia, neblina, azules moribundos y sosiego gris. En escenarios así, más afines a costas templadas que a trópicos bullangueros, el sol no me castiga tanto, circulo con mayor libertad, y hasta siento la dulce urgencia de ponerme por escrito, documentar la tristeza, escucharla sin parranda y desmemoria.

La melancolía es valiosa, y a veces uno siente que en Puerto Rico existe la obligación moral de expresarse en los términos más carnavaleramente correctos, todo el tiempo. La tregua que plantea un mar descolorido introduce otro tipo de felicidad, degustable a cámara lenta. Es como la cultura del "shot" versus el trago extendido, de sorbo a sorbo. Soy más afín al segundo y a la oportunidad de conversar con el silencio, respetando sus pausas.

Así como atesoramos el grupo, es menester marcar las diferencias, construir una verja de voluntad y deliberación personal desde la cual negociar el ser del no ser. De todos los ámbitos del terruño, la costa fue donde más sentí el llamado a aceptar mi diferencia y a cimentarla.

Recuerdo haber percibido con clarividente certeza la frustración del soldado en la garita o la soledad del...

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