El poeta del calabozo

Por Carmen Graciela Díaz.Especial El Nuevo Día

fotos Dennis M. Rivera Pichardo

La cita era un lunes en el Burger King de Santa Rita en Río Piedras. Pasadas las 3:00 p.m., los estudiantes hablaban y reían estruendosamente mientras otros clientes pasaban unos instantes más callados en este come y vete urbano.

En su esquina de siempre, el escritor Joserramón "Che" Meléndez lo miraba todo, entre su bolígrafo azul y algunas ediciones artesanales hechas a mano de su icónica obra "La casa de la forma" (1986), que sacó con cuidado de unas pequeñas urnas.

La mesa también exhibía su flamante poemario "Calaboso", que se compone por los fragmentos y sonetos que una vez fueron el escombro de "La casa de la forma" y hoy tienen nueva vida. Pero si en un momento fueron restos, ¿por qué ahora están listos?

Desde lo que unos consideran su oficina, que para él es su "centro de jangueo" ("El Burger King lo pusieron aquí, yo estaba antes. O sea, yo soy un indio, todo lo que trajeron los gringos a Puerto Rico nos lo pusieron encima", reclama) y mientras contempla sus obras con un orgullo que no vale la pena disimular, Meléndez explica sus motivos y arrebatos.

"El libro 'La casa de la forma' fue para mí un libro de mucha contención, de mucha perfección. Cómo lograr que la materia y la energía que hace la poesía construya una forma... que puedas ver un libro desde afuera y ver un poema o un soneto sin leerlo", reflexiona para quien la forma tiene tanto sentido como la palabra.

En esa meta por que la forma comprendiera el "aura de la materia", este hacedor entendió que muchos poemas estaban incompletos. Apuntes que quedaron fuera y, como resume con su hablar tan musical, su casa de la forma debía cerrarse.

"Pero eso fue hirviendo, los temas fueron generando otros poemas y 25 años después se me aparece este aparato gigantesco, como 500 poemas para este libro", manifiesta sobre las ideas que fluyeron, que nadaron al encontrar la inquieta agua de su mar.

Fue de esta manera que, de acuerdo con Meléndez, todas esas sobras poéticas hallaron su espacio en un sótano, en una cárcel o, si quiere, en su calabozo. "Eso tiene su belleza también", ataja el poeta, "y por eso yo les respeté su fealdad, su incompletitud, sus cojeras y los organicé en el ballet que ellos pedían: en una coreografía de cojos". Así es Meléndez, sin renunciar a la hermosura y el misterio de su amada colección de cojera.

"Estoy respetando, más que imponiendo el sentido que me dicta esa sobra", sostiene...

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