POMPEYA VUELVE A CAUTIVAR A EUROPA

Pompeya

Por Carmen Rodríguez

El amanecer del 29 de agosto del año 79 d.C. fue seguramente normal. Ninguno de los 20,000 habitantes de la ciudad romana de Pompeya (este, cerca de Nápoles) podía imaginar que en unas horas las cenizas y piedras incandescentes del Vesubio caerían sobre sus cabezas, reservándoles una muerte aterradora, pero rápida. Una tumba de cenizas que conservaría casi intacto su modo de vida, abruptamente interrumpido por la erupción, pero que haría de ella el yacimiento más importante y mejor conservado de la época romana.

"Una auténtica fotografía de cómo se vivía hace 2,000 años", no solo en Pompeya sino también en las aledañas Herculano y Estabia, todas ellas al pie del tormentoso Vesubio, un volcán aún activo, según la exposición "Pompeya. Catástrofe bajo el Vesubio", que durante los próximos meses podrá visitarse en Madrid.

Y es que la fascinación por Pompeya resurge en Europa, a juzgar por las dos importantes exposiciones que coinciden en los próximos meses, la de Madrid, que acaba de abrir sus puertas y se podrá visitar hasta el 5 de mayo, y la de Londres, nada menos que en el Museo Británico, prevista para la próxima primavera y que reunirá algunas piezas que nunca antes han salido de Italia.

El objetivo de ambas muestras es similar, mostrar lo que supuso la terrible erupción para unas ciudades llenas de vida. "Los objetos de uso cotidiano, las pinturas y los restos orgánicos que la catástrofe ha permitido conservar son de una calidad arqueológica inigualable y de una contundencia visual incuestionable. Es difícil no estremecerse al pensar lo que vivieron los pompeyanos en aquellos momento", se indica en la muestra madrileña.

Pero lo que inevitablemente causa más estupor y curiosidad son las personas y animales que encontraron su sepultura bajo siete metros de ceniza, piedra pómez y lapilli. En Madrid, el visitante podrá ver, por ejemplo, el molde de yeso de un hombre muerto en una escalera de Pompeya, el de un perro, en el que se aprecia incluso un collar, y el de un cerdo.

La pervivencia de estos restos se debe al arqueólogo Giuseppe Fiorelli que en 1860, al observar el mal estado de conservación de los restos envueltos en ceniza endurecida, inyectó yeso en el espacio entre los huesos de los cuerpos y la ceniza solidificada que los cubría. El resultado ha permitido conservar hasta hoy el gesto y la expresión dramática de las víctimas, se lee en el recorrido de la muestra, que se puede visitar en el Centro de...

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