PS0204_0003

Estamos como en la Sicilia de 1860 cuando el desembarco de Garibaldi, de lo que nos contó, con pericia inigualable, el gran Giuseppi Tomasi di Lampedusa en la novela “El Gatopardo”.

Hedía a cambio. Se anunciaba con tropel de rumiantes la derrota del Reino de Borbón y la reunificación de Italia. Temblaba la tierra. Se agrietaban las paredes. El viento cambiaba de dirección.

La aristocracia siciliana lo sabía. La era de los privilegios llegaba a su fin. Salió de la novela de Lampedusa –cuya lectura se recomienda aquí con mucho énfasis– aquel enunciado, famosísimo, que casi todos hemos oído alguna vez: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”.

Fast forward al Puerto Rico del 2018. En verdad, no hará falta hacer acopio aquí de todo lo que cambió, ha cambiado, está cambiando o cambiará.

No hay desembarco, pero estamos mareados por la vertiginosidad con la que el país nos ha sido desdibujado durante la última década. Bástese, entonces, con algunas palabras dejadas caer como granos de maíz a palomas: quiebra, junta, precariedad, recesión, huracán, privatización, PROMESA. O frases: crisis de las instituciones, candidatos independientes, éxodo masivo e histórico. O nombres: Sánchez Valle, Donald Trump, María.

La aristocracia, que en nuestro caso es la clase política y sus acólitos, sabe que todo se está desplazando. Declara “Puerto Rico se levanta” y se retrata llevando una cajita de agua aquí y cuatro potes de spaghetti allá.

Pero, ojo, nadie se deje engañar, que, como en las películas, albergan propósitos malsanos en el corazón, en serio.

Se aferra a lo que era, lo toma, lo aprieta contra el pecho, asume posición de ataque para defenderlo y muestra los colmillos a quien le diga, como Ismael Miranda: “Mire, pai, la cosa no es como antes”.

Ahí está un tal Rafael Ramos Sáenz. Un caso curioso el don este. Ese maestro era hasta el otro día juez en un oscuro tribunal de Aguadilla. Nadie fuera de allá había oído hablar de él.

Lo pusieron de presidente de la decadente Comisión Estatal de Elecciones (CEE) a $120,000 al año, aunque no tiene funciones conocidas ni importantes en el futuro inmediato.

Eso le hizo sentirse conminado a declarar “no soy un funcionario más”, porque salió de “la tranquilidad” de decidir sobre disputas concretas entre seres de carne y hueso para servir sabe el diablo haciendo qué hasta el 2020.

Quiere, figúrense, que nosotros, los que pagamos contribuciones, los que sufrimos estas calles llenas de cráteres y...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR