Rafo y la tradición navideña

JUAN ANTONIO RAMOS

ESCRITOR

Los "asaltantes" cantaron dos o tres canciones más, y luego me fui con ellos por el resto de la noche. Lo que había comenzado como una modesta parranda de dos personas, terminaba como un parrandón de ochenta.

Así era la Navidad en la losa en los años sesenta y setenta, hasta que a mediados de los ochenta, la tradición de las parrandas empezó a languidecer debido a que la gente tenía miedo a salir por el alza en la criminalidad.

De otra parte, con el alto costo de la vida había que pensarlo dos veces para atreverse a recibir a un regimiento de amanecidos metidos en palos y muertos del hambre. Por último, muchas urbanizaciones comenzaron a encerrarse con su acceso controlado. No daba gusto dar una parranda avisada con la gente despierta y vestida.

El consumismo desbocado nuestro le dio el jaque mate a la tradición navideña urbana. De buenas a primeras comenzamos a celebrar la Navidad en las tiendas. El "Viernes Negro" se ha convertido en nuestra "Estrella de Belén", la cual nos guía al humilde pesebre convenientemente ubicado en Plaza Las Américas, con el Niñito Jesús rodeado de pastores, ovejas, los Magos de Oriente, la mula, el buey y un muñeco de nieve.

La Navidad en los campos (o en lo que llamamos "campos") ha podido resistir estos embates. Es muy probable que ya no sea lo que fue, pero sigue viva, y está dispuesta a dar la batalla hasta el campanazo final. En los pueblitos del interior todavía se "musiquea" y se "reyea". Yo voy a Naranjito para sentir el tufito de la Navidad. Podría encontrarme un plato de arroz con gandules, un pedazo de lechón bien sazonado, una morcillita picante o un pastel, ciego o vidente. Pero lo que me hace ir a Naranjito es mi deseo de escuchar música de tierra adentro, música típica puertorriqueña que es la que identificamos con la Navidad.

Las fiestas naranjiteñas corren a cargo de la familia Rivera Fernández, que es la familia de mi esposa María Teresa. Conocí a esta buena gente a principios de los setenta y fue un auténtico flechazo, fue amor a primera vista. Un familión de músicos y cantores con una entonación y un repertorio musical que metía miedo. Conseguían hermanar el aguinaldo de Ramito y la décima del Maestro Ladí, con los villancicos de Danny Rivera y la música alegre de la Tuna de Cayey. Mi deleite mayor era el de escuchar música típica interpretada por verdaderos virtuosos.

Por esas fiestas he visto desfilar a buena parte de los mejores cuatristas y guitarristas de...

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