Realidad

MAYRA MONTEROESCRITORA

Bonasso contaba que su acompañante, una vez pasado el susto, le susurró al oído: "¿No te parece que la realidad a veces se vuelve un poco extraña?" Después de reírme mucho, supe que aquella frase nunca se me iría de la cabeza.

Volví a recordarla la semana pasada, después de haber hecho unos trámites asfixiantes en los alrededores del Centro Judicial. Para entonces, mediodía en todo el territorio nacional (como suelen declarar en una estación de radio, como si en Puerto Rico cambiáramos de meridiano), intenté encontrar el estacionamiento donde, horas antes, había dejado el carro. De acuerdo con lo que ponía en el "ticket", el "parking" se llamaba Hatillo.

Las callejuelas por la zona son como un laberinto, al menos para los neófitos. No dudo que haya muchos letrados que las reconozcan de tanto visitarlas. Pero los demás corremos el riesgo de perdernos caminando en círculos, como en el desierto. Me consoló, sin embargo, que un considerable número de transeúntes o de conductores, tan despistados como yo, paraban para preguntarme dónde quedaba el Registro de la Propiedad, u otros lugares difuminados en la zona.

Cuando el sol apretó -y perpleja porque el estacionamiento Hatillo no aparecía y a lo mejor no había existido nunca- busqué refugio en un lugar llamado "La Garita".

Ahora es preciso describir "La Garita". Es una especie de pasillo holgado que hace esquina. Se camina a lo largo, a lo ancho imposible. Tiene a un lado la minúscula cocina que comunica con el mostrador. Al otro, unas mesitas colocadas junto a una reja por donde entra la brisa de la calle. Venden refrescos y cerveza helada; comidas al parecer muy exitosas; y tienen un televisor prendido en un canal donde, aquel día, vi un programa de mujeres que trasladaban latas de refresco de una mesa a otra. Movían las latas colgándolas de un sorbeto cuyos extremos agarraban con la boca. La pericia consistía en trasladar la lata sin que se cayera. Pensé que ni los chimpancés se hubieran entretenido con un espectáculo semejante, porque se ha descubierto que estos primates saben definir colores, identificar palabras, elegir sus alimentos. Que yo sepa, lo de las latas colgando de un sorbeto lo superaron hace mucho.

En "La Garita" había un entra y sale constante de clientes pidiendo comidas para llevar. Casi nadie en las mesas. En el mostrador, una mujer anunciaba los dos platos del día: "pastelón y sancocho". Oficinistas y obreros de la zona se decantaban, o bien por el...

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