A remontar el cinco a cuatro

LUIS RAFAEL RIVERA

ABOGADO Y ESCRITOR

La tía Clara, de setenta y ocho años, es lo que se dice una mujer verdaderamente feliz.

Tiene un hijo gay y una nieta monja. También, una gata apodada "Greta" (no por Greta Garbo, sino porque se llama "Vinagreta") y un novio tres años menor que ella, con quien convive durante temporadas para no desgastar el amor. Es atea, pero canta en el coro de una iglesia en Río Piedras, donde confraterniza con sus vecinos creyentes y no tiene miedo a desafinar.

Allí se afilia a todas las causas "perdidas" y más de una vez ha salido airosa al final.

Lo mismo debate sobre la familia artificial creada en El Vaticano que sobre el matrimonio natural cultivado en una probeta arzobispal. Lo mismo debate sobre las trampas de los jueces de línea del fútbol que sobre las trampas de la fe demencial. Nada, que será portera, pero al menor descuido, a cualquiera le encaja un gol.

Insisto, mi tía Clara es una mujer inmensamente feliz. Por algo mi padre, antes de partir al cielo raso de la eternidad, me advirtió con palabras de santo: "Cuando tengas dudas, consulta a mi hermana menor. Clara, con su infinita clarividencia, te lo iluminará todo".

Desde entonces, no decido nada sin consultar a esta especie de oráculo familiar: una perfecta combinación de inteligencia, corazón limpio, perspectiva histórica y sensibilidad.

Pues resulta que hace días, cuando a las cuatro de la madrugada terminaba de releer las más de trescientas páginas del caso (A.A.R., Ex parte), volví a sentirme atribulado por la decisión.

¿Cómo no decretar la inconstitucionalidad del Art. 138 del Código Civil, cuando incluye una clasificación inherentemente sospechosa que discrimina por razón de género?

¿Cómo no reconocer, por lo menos, la figura de "Second Parent Adoption" (adopción por padre o madre funcional), utilizada en varios ordenamientos jurídicos de Estados Unidos para permitir adopciones de menores por parte de parejas del mismo género? ¿Cómo confundir...

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