El repartidor de justicia

A sus 104 años, Francisco Carvajal Narváez sigue promoviendo la justicia social y el mejoramiento de la sociedad puertorriqueña desde la fundación a la que le cedió toda su fortuna.

Nos recibe en una oficina repleta de obras de arte y placas de reconocimiento, con la sonrisa que mostraría frecuentemente durante la entrevista y la gentileza que permeó la conversación en la que se describió como libre pensador y ateo.

Al recinto de la Fundación Francisco Carvajal acude todos los días para trabajar y darles forma a los planes que sigue generando para aumentar los fondos que dona a múltiples entidades dedicadas a la educación, las artes y el trabajo comunitario, entre otras causas. Ahora, entre otras cosas, planifica la ampliación del centro comercial Plaza Guaynabo, con el fin de asegurar más fondos que nutran la fundación en el futuro.

Defensor de la libertad y la justicia social, la primera parte de su historia personal estuvo marcada por el fascismo, su participación en la Guerra Civil Española, su ingreso al lado Republicano, su deserción, la vida en un campo de concentración en Francia, el exilio y las veces que se salvó de morir fusilado, asunto que aún le emociona y humedece sus ojos.

Con ese bagaje, Carvajal llegó en el barco De Lasalle a República Dominicana en 1939, según narra el filántropo, quien hace referencia a fechas exactas y eventos históricos y contemporáneos con detalles puntuales.

En República Dominicana trabajó en diversas industrias, hasta convertirse en empresario y, en 1942, llegó a Puerto Rico con $14,000 en el bolsillo, según su libro Francisco Carvajal Narváez, de anarquista libertario a empresario humanista. Su primer trabajo fue como vendedor en V. Suárez y Compañía y, poco tiempo después, su fama de productividad le ganó una oferta con el distribuidor de telas al por mayor M. Rodríguez y Compañía. Allí fue a laborar con la condición de que si lo hacía bien tendría la opción de ser accionista. Al año, con la aportación de sus ahorros, se convirtió en socio de la empresa y, dos años más tarde, su capital personal era de $100,000.

“Desde que llegué, siempre tuve un agente de la CIA vigilándome”, revela Carvajal, para luego decir que conoció a la persona y se hicieron amigos.

Dedicado empresario visionario, Carvajal continuó laborando en la industria de telas hasta ser único dueño, ya en 1952, de la empresa Olympic Mills, que producía ropa interior para caballeros marca Grana. “Hacíamos entre 7,000 y 8,000 docenas...

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