Réquiem por un poeta

Por Carmen Dolores Hernández

Especial El Nuevo Día

Rivera, que pasó de niño largas temporadas en Yauco, el pueblo de su padre, era un verdadero sabio y lo parecía. Pequeño de estatura, de larga barba rala, vestía con túnicas largas y llevaba siempre una vara de árbol a la manera de un cayado. Parecía un patriarca o un shaman perteneciente a otra era y a otro lugar. Se crió, sin embargo, en la frontera que separaba a Williamsburg de Bedford-Stuyvesant. "A meeting ground for the leftovers", calificó él a esa comunidad en la que convergían, en los años cuarenta, los puertorriqueños, los judíos ortodoxos y los afroamericanos, con quienes él convivió en los "projects" o residenciales públicos.

Reconoció desde entonces que tanto los puertorriqueños como los negros tenían una cultura común, no solo antillana sino africana, caracterizada por el ritmo, la música, el gusto por el "performance" y las prácticas domésticas.

El idioma no los separaba. "Se ha usado la lengua como señal de una diferencia, pero no lo es porque los cinco idiomas que se hablan en este hemisferio son lenguas impuestas".

Rivera estableció una casa editorial, Shamal Books, donde publicó sus propios libros y los de otros poetas puertorriqueños, africanos y afroamericanos. Su poesía tiene un aliento épico con matices íntimos. Su obra más conocida es, seguramente, la elegía por Malcolm X...

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