Revolución juvenil

Por Joanisabel González

joanisabel.gonzalez@elnuevodia.com

La Barroso era una de esas escuelas que ningún director quiere. Ocho años en plan de mejoramiento ante el pobre desempeño académico de su matrícula... En palabras de Suárez, la Barroso "era la última escuela en todo".

La historia no era muy distinta en la Francisca Dávila Semprit, reconoce Ivonne Vega, directora de la escuela intermedia. "Muchos desertores fueron estudiantes que salían a comprar afuera y no regresaban".

Hace unos cinco años, Vega decidió reavivar la cooperativa juvenil Coquí Llanero de la Escuela Dávila Semprit. Y según la educadora, ese proyecto ha sido el mejor "muro" entre el salón de clases y la calle.

Según Danellys Vázquez, estudiante socia de Los Barrositos, de la escuela Barroso Morales, las actividades de la cooperativa juvenil son tema de conversación en casa. Son también el vehículo para la celebración de eventos recreativos o deportivos y hasta la forma para costear medallas y trofeos de ganadores.

"Me gusta porque puedo comprar dulces y son baratos... y también podemos arreglar la escuela con ese dinero", dice por su parte la joven Alanis, socia de Coquí Llanero, quien agrega que su padre le recuerda no gastar todo el dinero que lleva a la escuela.

"Todo empezó en un salón con 17 niños y $ 17... Ya estamos fuera del plan de mejoramiento. Ahora tenemos computadoras en los salones, materiales educativos", dice Suárez al explicar cómo surgió Los Barrositos. "Ya no tengo peleas en la escuela".

En las cooperativas juveniles, cada estudiante se hace socio con al menos $ 1. El dinero sirve de capital inicial para la cooperativa y parte de lo que genera se reinvierte en la cooperativa.

"Al final, el estudiante se lleva su chequecito de $ 50 o $ 60 (de dividendos)", explica Wanda Torres, consejera de la cooperativa juvenil Los Navarritos en la escuela Laura Navarro. El "chequecito" se entrega cuando el estudiante socio termina el nivel de enseñanza, o sea, cuando se gradúa.

Pero mientras llega ese día, hay otros beneficios como el salón de juegos de la Dávila Semprit. Allí, gracias a los estudiantes socios, se juega tenis de mesa, ajedrez y hasta se practica el zumba.

De otra parte, los estudiantes socios operan la cooperativa y así, entre dulces y refrescos, se aprende acerca del dinero, la importancia de atender bien a los clientes y cómo la aportación de uno puede hacer factible el beneficio de muchos.

Denisha Marie Santos, estudiante de undécimo...

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