Ricardo III

Cezanne Cardona Morales

Hace poco, cuando degradaron el crédito del país, lo vi lloroso. Aunque en televisión las lágrimas no son lágrimas. Le pesaban los espejuelos y parecía como si no hubiera dormido su siesta de por la tarde. ¿Era por eso que hacía esos largos silencios en su discurso? Descubrí que los silencios que hacía no eran en realidad silencios, sino permisos para la improvisación, la sed y el agua embotellada.

Pronto me di cuenta que el gobernador no tenía pañuelo para las lágrimas. Me imaginé el pañuelo seco en la mesa donde delineaba, junto a sus colegas, el tono tristón con que daría el discurso. Entonces habló de niñez y de adultez como si hablara de calorías y barras de chocolate. Pero cuando dijo que él no era responsable de la debacle, pero que su gobierno asumía la responsabilidad, le vi una joroba en la espalda. Pensé de pronto en "Ricardo III" de Shakespeare y en sus monólogos: "Hago el daño y grito primero. Y al punto lo creen. Les cito la Sagrada Escritura y cubro las desnudeces de mi...

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