Sabrosón

Ileán Pérez Cruz

Es tomar un elevador horizontal subterráneo con choferes que hacen del frenar todo un hito que se supera en cada estación. El sándwich de gente que se empuja, acomoda, hace espacio, cede asientos: es fascinante porque ocurre en fracciones de segundo, cada parada. Es un revoltillo inacabable. Un gusano que se muerde el rabo.

Te obliga a pensar en el vecino. Una colega me comenta que a veces el calor del abrigo le provoca vahídos y le susurra a un sentado, que por favor le dé asilo. Y ceder el acomodo nalgático en un tren es cosa seria, el solo hecho de ocuparlo te obliga a desviar la mirada a un lado, una distracción o un libro. De lo contrario habrá una viejecilla, un niño, una madre, un cojo, alguien que te doblegará la conciencia en pleno vuelo. Y lo entregas.

Es verdad, subió el costo mensual del boleto del tren. Son $112, pero no hay que pagar seguro vehicular, gasolina, mantenimiento ni buscar estacionamiento. Se pagan caros los impuestos, pero hay tren, aceras y carreteras. Un supermercado con productos locales...

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