Sacrificio

La palabra “sacrificio” se usa a menudo con diversos grados de registro lingüístico. Pese a que cada emisor la pronuncia de la misma forma, el contexto en el que cada cual emplea la palabra oscila radicalmente por un extenso arco que va desde lo banal hasta lo divino.

Hay quienes consideran un sacrificio el no comprar ese mantecado que tanto añoran en días de semana pues sienten que pecaron en demasía al romper la dieta durante el fin de semana.

Pero también está el sacrificio que hace una madre, quien no duerme mientras su hijo está enfermo, y quien sale del hospital a trabajar sin haber descansado, para asegurarse de que su vástago tenga todos los cuidados que necesita.

Está el sacrificio de esa madre que se asegura de que su retoño se acueste estudiado, aún cuando eso signifique que ella misma se tuvo que quemar las pestañas leyendo con él hasta altas horas de la noche, con la única misión de que al final del camino ese hijo tenga las herramientas que necesita para ser exitoso en un futuro.

Está el sacrificio de esa mamá que aún cuando su hijo navega cómodamente por las tempestuosas aguas de la adultez, lo llama a diario para ver cómo están las cosas, para auscultar si cenó e, incluso, se da cuenta cuando las cosas no andan bien con tan solo escuchar el tono de voz del “nene” o la “nena” al otro lado del teléfono.

Con ese tipo de sacrificio en mente, el que solo una madre sabe ejecutar magistralmente sin esperar...

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