Salidas

Mari Mari Narváez

Mi caos es mi caos, pienso a menudo. Además, ocurre que si recorro las montañas, cierta costa aún escondida de este país, si entro por una calle sin salida o encuentro un colmado viejo, vacío, en el camino, hay algo allí que yo comprendo: un arquetipo, información (¿sanguínea, linfática, radiográfica?) de esta especie de campo (¿cuerpo?) magnético nuestro. Si me meto por donde no debo, sé salir, librarme de algo. Tengo, incrustado, un mapa perfecto de este archipiélago.

Sólo aquí sé por dónde meterme, de qué gentes y lugares huir, sé exactamente dónde residen el pánico y la dulzura, el mar real, profundo, salvaje y el mar-postal, el mar-hotel. El monte verdísimo, bestial, aislado cual isla sobre isla, su vida mísera y simple. Y el monte chic, los Jájomes y los Cerros de las Mesas, donde las alcapurrias son pequeñitas, ínfimas, platos exóticos de coctel.

En ningún otro lugar del mundo puedo leer a un hombre. O a una mujer. No confío. Ni en mi lectura ni en sus formas de estar, en sus secuencias de palabras, que me turban; esa suspicacia constante en el aire es...

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