Un salto de fe

Por Samadhi Yaisha

especial El Nuevo Día

Era casi la media noche de un 23 de diciembre. Recogí mi maleta y mi guitarra en la correa del sencillo aeropuerto regional y caminé hacia la salida, convencida de que afuera habría algún taxi esperando pasajeros. Pero cuando traspasé la puerta corrediza hacia la calle, no había ningún vehículo, sólo el panorama de una noche de vasta geografía color marrón. La fanfarria que había compuesto en mi cabeza por haber llegado a mi tercer destino se desvanecía con la brisa interminable del invierno del medio oeste estadounidense, y con el silencio de la planicie que se extendía frente a mí. Estaba en Kansas City y no conocía a nadie.

¿Qué hace una puertorriqueña visitando el "midwest" sola, en medio del invierno, un día y dos minutos antes de Navidad? Cerré mis ojos y le dije a mi corazón: "¡espero que sepas lo que estamos haciendo!"

Tras conseguir un teléfono que automáticamente llamaba a un servicio de taxi, un taxista somalí me transportaba hacia el hotel.

¿Qué te trae a Kansas City? me miró por el retrovisor.

Le conté mi travesía espiritual: una playa en Puerto Rico, tres centros espirituales en India y un monasterio en España. Éste era mi destino siguiente, y ya me quedaba poco dinero, así que también buscaría trabajo. El taxista volvió a asomar los ojos en el espejo y sentí la certeza de sus palabras:

- Vas a estar bien -

Seis años atrás, y tras obtener una visa a través de un programa de trabajo en EE.UU., él emigró de su país, según me contó. Al principio, vivió con privaciones, pero su semblante ahora parecía alegre y sereno. Intuí que había percibido mi preocupación, porque cambió el tema y comenzó a hablar de fútbol y el Barca.

El hotel del centro espiritual que visitaría había confirmado mi reservación en línea pese a que sería durante días de fiesta. Pero, cuando llegué a la puerta, la hospedería que era el único lugar que conocía en Kansas City estaba cerrada y apagada. Una chica muy dulce me había estado esperando para disculparse por el malentendido, pues habían olvidado bloquear las reservaciones por internet para los días festivos. Se me comenzaba a helar la esperanza, pero la empleada me dio un vale para quedarme en otro hotel de la ciudad por una noche, y me regaló un ejemplar de Unity Magazine.

Mientras el taxista conducía hacia el Hampton Inn de la calle Douglas, yo utilizaba toda mi habilidad meditativa para que no me apabullara la incertidumbre. Reduje mis expectativas al mínimo...

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