San Juan el bueno

SERGIO RAMÍREZ

ESCRITOR

Me estoy refiriendo, como se usaba decir antes según los cánones de los circunloquios oratorios, a Angelo Giuseppe Roncalli, Juan XXIII, a quien en diciembre de este año el papa Francisco elevará a los altares habiéndole dispensado el requisito de un segundo milagro. Muy acertado este Francisco como en tantas otras cosas que ha dicho y hace, saltarse las trancas burocráticas y canonizar sin más trámite a este antecesor suyo, electo en 1958 como una manera de salir del paso. Porque a sus 77 años era juzgado demasiado viejo para emprender algo notable, pero los cinco años que duró su papado estuvieron llenos de verdaderos milagros, suficientes para rebosar el expediente abierto por la Congregación para las Causas de los Santos, si las transformaciones valieran como milagros.

El papa Francisco ha llegado a ocupar la silla de San Pedro, como se usa decir también, a la misma edad, pero no alcanzo a verlo tan anciano como en aquel tiempo al papa Juan, seguramente porque en la adolescencia uno suele envolver a los viejos en una turbia lejanía. Y hablando de lejanías, lo primero que este Juan y este Francisco hicieron fue volverse cercarnos. Hay unas páginas de la novela "Los Buddenbrook", de Thomas Mann donde las puertas de los salones del Palacio Vaticano van abriéndose una tras otras al paso del visitante, como si aquellos aposentos fueran infinitos, hasta llegar a la última, donde aguarda el papa, solitario, y aun habiendo llegado a él, siempre lejano.

Ahora Francisco ni siquiera vive allí, sino en la residencia de Santa Marta, tal como se lo explica a un amigo sacerdote en Buenos Aires en una carta del 29 de mayo: "Procuro tener el mismo modo de ser y de actuar que tenía en Bs As, porque, si a mi edad cambio, seguro que hago el ridículo. No quise ir al Palacio Apostólico a vivir, voy sólo a trabajar y a las audiencias. Me quedé a vivir en la Casa Santa Marta, que es una casa (donde nos alojábamos durante el cónclave) de huéspedes para obispos, curas y laicos. Estoy a la vista de la gente y hago la vida normal: misa pública a la mañana, como en el comedor con todos, etc. Esto me hace bien y evita que quede aislado."

Juan se habría escapado de los aposentos papales para irse a vivir también a una casa de huéspedes si hubiera podido, pero entonces, medio siglo atrás, era demasiado atrevimiento, aunque cometió no pocas trasgresiones. Eso de sentarse a comer acompañado, por ejemplo, porque hasta el papado del nada...

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