Satélite

Ruth Merino Méndez

Durante varios días, sin embargo, este suceso fue un verdadero fenómeno mediático, aunque por suerte nadie alcanzó a gritar a los cuatro vientos que su caída sobre la superficie terrestre era una señal muy clara del fin del mundo.

Eso sí, hubo tiempo suficiente para especular sobre cuán afortunado sería que los 26 fragmentos aterrizaran donde podrían rendir el mayor beneficio para nosotros. El satélite se transformó entonces en un instrumento de nuestra imaginación de ciudadanos iracundos. En las redes sociales algunos identificaron, con nombre y apellidos, a los personajes que podrían desaparecer de la faz de la Tierra si el pedazo más grande -del tamaño de un bus- se precipitaba sobre él o ella.

La basura espacial se convirtió de esta manera en el depositario de la fe que muchos profesan en la posibilidad de que las cosas se puedan resolver así, a porrazo limpio.

El satélite, como sabemos, murió finalmente en algún lugar aún no...

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