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Acontece en la calle B de Buena Vista, Santurce. “B” de buenísimo pero pocos quieren hablar sobre eso. El estigma, rechazo y burla de una sociedad “letradísima” los abate pero no los detiene. Son las 5:45 p.m. Desde el balcón de un segundo piso de una residencia con bloques sin empañetar, un vecino que toma aire junto a sus gatos me aclara la dirección del curso de alfabetizacion para adultos, inicitiava organizada por el liderato comunitario junto al Programa Enlace en alianza con el Consulado de República Dominicana en la Isla.

Agradezco la orientación. En la caminata de pocos minutos me saluda una residente que va de paseo con su perro. Más adelante, entre gallinas, gallo y pollitos, un niño descalzo planifica salir a la calle. Una voz adulta y paternal detiene su plan de fuga.

“Mira, tú, rufián, ¿y esas chancletas”? El chico, chancleta en pie, sale en polvorosa a jugar con otros dos que le esperan cerca.

Llego al Centro Comunitario de Buena Vista, Santurce, donde ya se arremolinan los estudiantes y voluntarios del programa. Alondra Ocasio, recurso de apoyo, cuela café y ultima los detalles de los entremeses.

El curso tiene lugar en un salón inmaculadamente limpio, organizado y luminoso. En la pared de fondo reza una oración: “En este Centro aprendemos a leer y escribir”.

Flores de papeles decoran el lugar. Anaqueles improvisados con cajones de leche muestran una colección de libros que van desde cartillas fonéticas, lecturas infantiles, enciclopedias, diccionarios, literatura clásica y puertorriqueña hasta libros de psicología.

No estoy autorizada a entrevistar a los participantes. Sólo puedo observar la dinámica. Percibo alegría y afecto entre pares. Tienen diferentes edades. Ocasio me comentó que están en diversos niveles de alfabetización.

Los voluntarios también son de distintas edades, por lo que se confunden entre los participantes. Llegan como conspiradores del bien. Unos son de la misma comunidad, otros vienen de diversas zonas de la capital.

Hasta que no inicia la clase no será fácil distinguir unos de otros. En la mayoría de los casos, cada voluntario tiene un participante a cargo. Tomo asiento en una mesa donde hay una mujer. Desconozco si es participante o voluntaria. Ella tampoco sabe de mí. Nos saludamos. Me resguardo en mi silla silenciosamente. Luego, descubro que la mujer era participante. Estudia la cartilla fonética. No sé su nivel de alfabetización pero la cortesía la lleva con dignidad. En un gesto muy caribeño, me...

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