Sobriedad trascendental

Luis Hernández Mergal

Especial El Nuevo Día

Escrito en 1895 mientras Dvorák dirigía el Conservatorio Nacional en la ciudad de Nueva York -el mismo período que vio nacer la "Sinfonía en mi menor, del Nuevo Mundo" y otras obras importantes del célebre compositor checo-, el concierto para chelo pasó de inmediato a formar parte del repertorio canónico del instrumento. Moldeado según la estructura tradicional del concierto clásico-romántico, el de Dvorák se distingue por su contraposición del drama intenso y la contemplación lírica. La interpretación de la OSPR junto a Bailey y Valdés, sin embargo, acentuó el aspecto lírico de la obra. Desde la exposición inicial del tema principal del primer movimiento, Valdés mantuvo refrenado el sonido de la orquesta, quizá para lograr el balance adecuado con el solista. El sonido de Bailey no es muy amplio, pero su fraseo es muy musical, logrando una interpretación de gran expresividad. Los solos de trompa y flauta, con el solista ejecutando figuras de acompañamiento, fueron particularmente efectivos. Bailey hizo gala de su dominio del instrumento en los difíciles pasajes de notas dobles, octavas y escalas rápidas.

En el segundo movimiento, Adagio ma non troppo, se destacaron el clarinete y la trompa, con la impertinente interrupción de un celular, martirio de los melómanos de hoy, que afortunadamente no distrajo la concentración de los intérpretes. Bailey sostuvo con maestría la línea melódica del movimiento, que contrasta con el carácter más bien robusto del tema del último movimiento. En éste, un significativo episodio con el violín concertino en dúo con el chelo dio paso al retorno del tema del primer movimiento, revelando el carácter cíclico de la pieza. Quizás el rasgo...

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