Tan cerca y tan lejos

SERGIO RAMÍREZ

ESCRITOR

El 22 de junio de 1856 se celebró una asamblea en la que participó una treintena de asistentes, para repudiar la ocupación de Nicaragua por la falange filibustera del fundamentalista sureño William Walker, quien ya había fracasado en apoderarse del estado de Sonora en México. Tras hacerse elegir presidente de mi país, restableció la esclavitud e instauró el inglés como idioma oficial, mientras el presidente Franklin Pierce se fingía desentendido.

Fue entonces cuando en uno de los ardientes discursos de aquella noche en París, el chileno Francisco Bilbao habló por primera vez de "la raza latino-americana", para oponerla a la raza anglosajona de Estados Unidos, que se había apropiado del nombre de América.

Ganamos una identidad a base de una confrontación, más que gracias a un catálogo de valores comunes, o a la existencia de instituciones firmes y bien definidas, entre cuartelazos, asonadas y guerras civiles. Y esta misma identidad defensiva, que alimentó las luchas ideológicas a lo largo de la Guerra Fría, con el tiempo ha llegado a volverse retórica, y subsiste como bandera de combate para lo que ha dado en llamarse el nuevo socialismo, o bolivarianismo.

Estamos ya muy lejos del siglo diecinueve, y lejos de los años de la Guerra Fría, cuando Estados Unidos se alineó contra la insurgencia guerrillera y respaldó sin condiciones a las dictaduras de derecha. Su política respecto a América Latina, sin atención al color ideológico de los gobiernos, se basa hoy en la cooperación para enfrentar el tráfico de drogas, el crimen organizado y el terrorismo. Ninguna de sus coordenadas estratégicas pasa por el reclamo de la democracia institucional y el respeto a los derechos humanos, y abre un espacio de convivencia con gobiernos de corte autoritario, lo que podríamos llamar autocracias electas, pese a la retórica confrontativa.

Las fronteras económicas se abren, el mundo se ha vuelto global, las hegemonías bipolares, o únicas, se han derrumbado, empezando por la de Estados Unidos, y cada vez más nos damos cuenta de que nuestra pretensión de identidad latinoamericana, en un territorio de vastos confines, además de defensiva, fue siempre más ideológica que otra cosa, y esos sustentos ideológicos fueron hijos del pensamiento europeo. He allí el primer gran vínculo entre América Latina y Europa.

Las ideas europeas que alimentaron nuestra independencia circulaban de contrabando, por peligrosas. Eran exóticas, y sus símbolos también...

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