La terapia sanadora de la aguja

Para ser feliz, tener paz y recibir terapia, no se necesita mucho. Basta con un lugar donde sentarse a que otra persona le enseñe a tejer, bordar, calar o hacer mundillo.

Al menos, esa es la receta de las decenas de mujeres que asisten semanalmente al Club San Juan Lacers para enseñar o aprender alguna de las artes de la aguja. El exitoso modelo de enseñanza, que lleva más de 30 años y que opera a base de maestras voluntarias, es simple: llegan, se sientan en una de las mesas del centro comunal de la urbanización Río Piedras Heights, y aprenden de las demás compañeras o de la maestra de esa área.

Entré al centro comunal en la mañana del martes y en las mesas se confundían mujeres de edades jóvenes con otras que cuentan la historia del lugar desde su mirada de ocho o nueve décadas. Eran concentración pura, silenciosas y embelesadas en sus telas, palos de hilos, puntadas o el mueble de bolillos en el que crean una puntilla de mundillo. Una pregunta o una pausa para mostrar cómo hacer una pieza interrumpe la dinámica en la que pasan hasta tres horas.

En ese modelo de aprendizaje comunitario las mujeres han encontrado una ventana para expresar su creatividad, descubrir sus talentos, encontrar amigas, olvidar sus preocupaciones y problemas y ocuparse en una nueva actividad.

Las horas que pasan allí les ofrecen la oportunidad de aprender tejido, bordado, calado, crochet, punto de cruz, mundillo y, con ello, estimular su mente para disminuir el riesgo de problemas de memoria.

Cuando se les pregunta, la lista de beneficios que mencionan podrían llenar una página.

“Aquí no hay tristeza. Esto da paz. Atrasamos el Alzheimer, porque hay que contar todo el tiempo y nos ahorramos el psiquiatra”, afirma Ana Flores, quien está certificada como artesana, pero va allí como maestra, así como en otros lugares a los que asiste voluntariamente para enseñar su arte. “Cuando yo llegué no sabía ni lo que era un hilo ni una aguja”, recuerda, por su parte, Esther Villarini, de 77 años, quien ahora asiste al centro dos veces en semana para las clases de tejer y otros dos días, para hacer ejercicio.

“Vine hace como 20 años. Me retiré y me vine para acá. De aquí a la eternidad”, agrega mientras muestra la pieza que confecciona para su biznieta.

En su mesa estaba Tita Peña, de 81 años, la maestra que contó que “yo estoy aquí desde que esto era un ranchón de madera”, antes de que el municipio construyera la estructura en cemento. Peña está certificada en confección de...

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