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Mari Mari Narváez

En un concierto el otro día, vi que todo el mundo levantaba su celular. Cientos, miles de cámaras grabando la música. Alguien aspirará a ver el concierto, me pregunté. No que yo fuese la gran inocente reflexiva de la noche. Aunque no tomé vídeos, "textié" casi compulsivamente con alguien que no fue, comentando el recuento exhaustivo de cada acontecimiento, cual minuto a minuto de endi.com.

Una lo ve a diario y, aun participando de esta nueva vida, sabe que hay algo muy extraño ahí. Tal vez porque recuerdas cuando la foto de una fiesta, por ejemplo, era un encuentro más casual con la vida, casi un accidente cuya finalidad misma era atrapar la espontaneidad de un instante. Tienes todavía fresca la memoria de cuando un acercamiento requería el heroísmo de una llamada, la nerviosa incomodidad de una conversación en tiempo real.

No es una queja. El autopanóptico tiene sus propios postulados de entendimiento. Ves a la gente tomándose las fotos de la felicidad compulsiva en la fiesta que tú presumes alguien está, en efecto, disfrutando porque sí, al momento, con sus propios elementos disponibles. Sin la asistencia de una conexión virtual con un más...

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