De turista en mi casa

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

El cansancio y la costumbre nos ciegan a las revelaciones de lo ordinario. Sin proponérselo, el ojo del recién llegado transforma nuestra manera de mirar. Se opera entonces una inversión de papeles. De guías expertos pasamos a observadores extrañados. En compañía de mis huéspedes, hasta el clima me luce exótico.

Ellos traen en la cabeza la típica postal caribeña con su puesta de sol permanente. Les desconcierta la alternancia repentina de lluvia intensa, cielo claro y vaporizo pegajoso, esos drásticos cambios de humor que definen la volatilidad del trópico. Nada que ver con aquella llovizna majadera que las nubes percolan por semanas en otras latitudes. Y menos con el frío cíclico, ese castigo cruel e inusitado del que nos eximió el capricho de los dioses.

Como son adictos a la naturaleza, les damos un paseo por la costa norte, dirección oeste. Esperaban la calma imperturbable del Caribe y se encontraron con la fogosidad rugiente del Atlántico. Son playas que desafían las ilusiones turísticas: abismales, rocosas, salvajes, constantemente remodeladas por el marullo, cada vez más arrinconadas entre la vegetación y la marea.

Dos panorámicas entusiasman a los excursionistas: la de Isla Roque en Barceloneta y la del frente marino de Arecibo. La primera sobrecoge por la violencia con que rompen las olas entre los perfiles de dos peñones enfrentados. La segunda embelesa por la extensión inesperada del malecón que, partiendo de la desembocadura del río Grande, recorre buena parte del litoral. Tamaño homenaje al océano, envidia de una capital que le da la espalda. En otra ocasión, salimos rumbo al este para adentrarnos en el bosque de Piñones. Qué suerte tener tan cerca un pulmón verde, comentan ellos extasiados. Tras el chapuzón en una poza llana, la escala obligada son los kioscos que despachan coco, cerveza y fritura. Allí el paladar foráneo convierte la sazón criolla en exquisitez gourmet.

Las doñas nos explican la complejísima elaboración de una humilde alcapurria: desde la preparación de la masa y el relleno hasta el ritual de empañetaje que culmina en el chisporroteo del aceite. La receta da paso a la prueba y la prueba, a la repetición. Los visitantes quedan fascinados con la apetitosa y laboriosa sofisticación de la cocina puertorriqueña.

Saciados en su sed paisajista y su curiosidad gastronómica, mis carreteados quieren ahora participar del folclor urbano. Considero llevarlos a uno de los 78 encendidos municipales...

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