El último palacio de madera

Por Arturo Escarda

Presente y pasado se dan la mano en el Palacio de Alexéi I, reconstruido sobre los planos originales y abierto al público hace apenas un año. El auténtico fue desmontado por orden de la zarina Catalina II la Grande, que tenía su propio palacio en la nueva capital del Imperio, San Petersburgo, y no estaba dispuesta a mantenerlo con su dinero. Mandó, sin embargo, hacer los planos del edificio, gracias a los cuales pudo ser recuperado.

Vasto territorio bárbaro para la culta e ilustrada Europa, la Rusia de los primeros Románov apenas empezaba a fijarse en sus civilizados vecinos. Aunque no sin antes haberlos expulsado de Moscú unas décadas antes, frustrando la intención del Vaticano de sumar estas tierras y sus pueblos al menguante poder de la Iglesia Católica, que por entonces lamentaba ya la pérdida de miles de creyentes en Europa Central por el avance del luteranismo.

Así y todo, Alexéi I, conocido por sus contemporáneos con el sobrenombre de "Tranquilo", se esforzó en edificar relaciones de amistad con las potencias europeas. Su residencia en Kolómenskoye, su gran palacio de madera, se convirtió en la tarjeta de presentación con la que presumía ante los embajadores extranjeros del poderío y grandeza que le suponía a Rusia.

Mandó entonces a construir el majestuoso palacio en las mejores artes de la tradicional y colorida arquitectura de madera rusa, para sorpresa y deleite de holandeses, polacos y prusianos, acostumbrados a la sobriedad de las edificaciones de piedra.

Muy lejos del Renacimiento y el Barroco europeos, Alexéi buscó a los más talentosos maestros de la arquitectura de madera y los llevó a Moscú para edificar el último palacio real de madera que alojaría a los zares rusos.

Residencia de corte medieval que vería nacer y correr por sus incontables habitaciones al más grande de los monarcas rusos - Pedro I - el primer emperador de Rusia que se construiría su propio palacio, de piedra y al estilo europeo, y su propia capital a orillas del mar.

Sin pretenderlo, el Románov "Tranquilo" levantó, en medio de un paraje natural de gran belleza, una edificación que coronó la cúspide de la arquitectura medieval rusa y marcó, paradójicamente, el ocaso del Medievo en un país que ya estaba listo para las reformas que impulsaría su decimocuarto hijo Pedro.

Hoy, adentrarse en la reserva de Kolómenskoye ofrece la posibilidad de ver esta obra que transpira el alma rusa por todos sus poros de madera, por toda la calidez y alegría...

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