El vendedor de conjuros

Por Iliana Fuentes Lugo

iliana.fuentes@elnuevodia.com

Habla con voz baja, como si no quisiera llamar la atención o interrumpir a los demás. Lo suyo son las plantas medicinales. Las conoce todas y sabe para qué sirven y cómo se preparan. Ese conocimiento le viene de familia, pues su padre y su hermano fueron los dueños del negocio antes que él.

Ahora, cuando se trata de hablar sobre otros artilugios típicos de las botánicas, como los collares que cuelgan del techo de su negocio, baja un poco más el tono de la voz y dice: "esos son los de los santeros, pero no me acuerdo de los nombres".

Lo que sí parece entusiasmarle es el trabajo de diario. Confiesa que llega todos los días a las 6:00 de la mañana a la Plaza del Mercado de Río Piedras y no se cansa de contestar amablemente las preguntas y peticiones de sus clientes. Nunca coge vacaciones. Dice muy serio que "eso de cerrar el negocio no se puede hacer".

Entre sus clientes no hay edad, ni género, ni un día predilecto. Vienen todos los días, pero compran más "cuando cobran sus chequesitos", dijo en voz baja y con una risa de complicidad.

Hace sus cuentas en una libretita de papeles arrugados parado en una esquina de la pequeña botánica, que dentro de poco se ampliará para ocupar el espacio de dos kioscos en la plaza. Así, podrá acomodar mejor el inventario, y tanto él como su ayudante Nitza, quien prefirió un anonimato a medias, estarán más cómodos.

A sus 67 años, Rivera se siente fuerte y no se imagina cómo sería estar retirado porque, afirma otra vez entre risas, "si uno se queda en la casa se pone más viejo de lo que está".

Aun así teme que, si las ventas siguen bajando, un día de estos acabe por cansarse y cierre la botánica. Admite que con el aumento de...

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