El vertedero de Puerto Rico

Aprincipios de los años 60, Puerto Rico brillaba como nunca antes ni después. El Estado Libre Asociado (ELA) era aún una criatura joven y vigorosa y le faltaba mucho para que quedara expuesta su naturaleza falaz. Los ojos de buena parte del planeta estaban puestos en la “Perla del Caribe”, echaban a andar el operativo “Manos a la Obra”, que sacó a buena parte de la población de la extrema pobreza.

Miles de millones de dólares en inversión extranjera llovían aquí. Fábricas crecían como yerba silvestre. Reinaba, entonces, la esperanza.

Como parte del fervor fabril de aquellos tiempos tan distantes y tan distintos, en 1963 comenzó operaciones en Peñuelas la petroquímica Commonwealth Oil Refining Company, conocida como la Corco, un impresionante complejo de 800 acres con capacidad para refinar 161,000 barriles de petróleo al día y que llegó a tener 1,700 empleados.

La bonanza duró poco. En 1982, apenas 19 años después de su inauguración, la Corco cerró, dejando atrás un enorme pueblo fantasma de chimeneas negruzcas y laberintos de hierro en desuso que, aún hoy, siguen arrojando su aliento tóxico sobre comunidades cercanas.

Tierras, aire y acuíferos contaminados con químicos como benceno, tolueno, benceno etílico, xileno, naftalina, entre muchos otros, según la Agencia estadounidense de Protección Ambiental (EPA).

El aire en la zona, principalmente en el barrio Tallaboa-Encarnación, incrustado en los costados de la antigua planta, está preñado de partículas finas con metales pesados que supera los estándares definidos como saludables por la EPA y que pueden causar enfermedades respiratorias, cardiovasculares y hasta cáncer, según un estudio financiado por la misma EPA que condujeron allí el año pasado los investigadores Denny Larson y Hilton Kelly, para la organización Desarrollo Integral del Sur.

Los esfuerzos de limpieza han sido lentos y esporádicos. Mientras tanto, las comunidades aledañas a la gigantesca tarántula de hierro chamuscado que es ahora la Corco siguen viviendo con la angustia de lo que pueda entrar en sus cuerpos por lo que toman, comen y hasta respiran.

Este contexto es indispensable entenderlo para comprender la lucha que esas mismas comunidades llevan hoy contra el depósito en un vertedero cercano de las cenizas que resultan de la quema de carbón para la producción de energía en la planta AES, de Guayama. Tras décadas mirando con inagotable temor por el tenebroso esqueleto de la Corco y de luchas porque se limpie su tóxico...

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