El viacrucis de buscar atención médica

Todo el mundo ha conocido alguna vez a alguien como doña Ana Ida Berríos. Es una jíbara diminuta, pero potente, de las profundidades de la ruralía de Barranquitas, que levantó junto a su esposo, don José Luis Díaz, sin descanso de día ni de noche, a una linda familia que incluye a dos hijas profesionales y otros dos retoños que nacieron con perlesía cerebral, los cuales, para efectos del nivel de cuido que necesitan, nunca han dejado de ser bebés.La vida, entonces, siempre ha sido de puros afanes para doña Ana, ama de casa que hoy tiene 72 años y para don José Luis, camionero retirado de 70, quienes seguían cuidando como bebés a Brenda, de 43 años, y Emil José, de 34. Mientras tanto, sus otras dos hijas, Linnette, ingeniera de 39, e Idaliz, contable de 36, alzaban vuelo con sus propias familias, aunque siempre con el ojo, y una mano, puestas en los viejos y sus incesantes quehaceres.Los viejos no se quejaban. "Siempre ha sido bien dura, bien fuerte, que lo hace todo. Sube, baja, va allá, viene, cocina. Siempre está haciendo de todo", cuenta Linnette.Las cosas empezaron a cambiar a mediados de 2017.A doña Ana se le empezó a ver lenta. Sufría mareos con frecuencia. Las hijas notaban que hablaba con la lengua pesada. Perdía el balance. Caminaba agarrándose de las paredes. Se caía como nunca antes le había pasado. Había días en que apenas podía levantarse de la cama.Cuando doña Ana les dijo a sus médicos del plan de salud de gobierno lo que le pasaba, se encontró de frente al monstruo: entró a un insondable laberinto burocrático, lleno de obstáculos, callejones sin salida, puertas falsas y frustraciones, al cabo del cual terminó, en abril de este año, internada en Centro Médico, con un profuso sangrado intracraneal y diagnosticada con leucemia.En el camino de interminables e insólitos contratiempos y obstáculos, doña Ana nunca logró obtener un diagnóstico, mucho menos tratamiento, para los mareos que eventualmente terminaron confinándola a la cama.Entre las esperas por referidos a especialistas, por citas con dichos especialistas, por aprobaciones de exámenes, por papelerías, por que le contestaran el teléfono a ella o sus hijas, pasó más de un año sin saber qué era lo que había convertido a una mujer incansable en una anciana que apenas podía moverse por su cuenta.¿Quién soporta todo eso?Nunca lo supo. No lo sabe todavía. Desconoce incluso si los síntomas a cuyo fondo sus médicos nunca llegaron guardan relación con el sangrado intracraneal o con la leucemia que le fue diagnosticada después."Yo no sabía que el sistema de salud era tan complicado, que podrías estar al mismo tiempo entre citas, referidos, autorizaciones, apelaciones. ¿Quién soporta todo eso, trabajando ocho horas, teniendo familias, con todas las dificultades de la vida cotidiana?", cuenta Linnette.El caso de doña Ana es solo un ejemplo del calvario que viven miles de pacientes en un sistema de salud disfuncional, excesivamente burocrático, que, por estar basado en el lucro, obliga a incontables controles antes de cada paso y dificulta tremendamente el acceso a servicios que, como en este caso, pueden ser de vida o muerte.En el caso de los 1,177,000...

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