Vida entre bandazos

Por Juanma Fernández-París

Especial El Nuevo Día

Este cambio de táctica es típico de los Coen (el filme tiene ecos lejanos de Barton Fink y A Serious Man) y en este caso no es tan abrupto como en la última sección de No Country for Old Men. Sin embargo, en esta ocasión esto llega acompañado de la maravillosa actuación de Oscar Isaac en el rol titular y de una estructura dramática que, a pesar de ser infinitamente exasperante, le da a la producción una cualidad seductora. La película es como una colección de canciones agridulces y disparejas que han sido agrupadas con delicadeza en un solo álbum.

Al igual que en otros de sus filmes, la música es clave, lo único es que en ésta película, es la herramienta dramática esencial. La primera vez que el espectador ve a Llewyn Davis (Isaac), el cantautor está en una tarima interpretando la canción de Dave Van Rok Hang Me Oh Hang Me y es un momento mágico. La escena captura cómo un artista canaliza su alma en lo que hace y cómo el público conecta con él. La escena siguiente es una metáfora para el resto del filme. Después de terminar, el protagonista sale a fumar un cigarrillo y recibe una paliza.

Ese es solo uno de los muchos golpes que Llewyn Davis recibe. Rápidamente nos enteramos de que el protagonista no es un artista exitoso. No tiene donde vivir, sus discos no se están vendiendo y es muy probable que un desliz romántico con la novia de un compañero haya resultado en un embarazo. Y eso es solo el comienzo de los muchos bandazos que va a dar el personaje; un...

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