La vida de un hombre político

Por Carmen Dolores Hernández

La escritura es eficiente y elegante: las memorias de infancia son cautivadoras. Quienes compartimos con él -años más, años menos- las vivencias de una época que en Puerto Rico tuvo una fisonomía de cambio social, de migraciones internas y hacia el exterior, de ciudades con una nueva apariencia de modernidad y de mudanza de costumbres familiares a nuevas modalidades de asociación reconocemos la autenticidad de su recuento. Sus padres (su papá fue estudioso del Derecho Comparado y decano de la Escuela de Leyes de la UPR) propiciaron su acceso a una cultura sólida y a una educación esmerada. Los hermanos Manuel y Roselén (profesora universitaria ella), se expusieron a una visión de vida que rebasó los límites estrechos del horizonte estadounidense que solía ser -y aún es- el único referente para muchos puertorriqueños. Una estadía de un año en Roma durante la adolescencia le proporcionó una apertura hacia lo europeo; su educación en Johns Hopkins y Brown lo introdujo no solo al rigor intelectual, sino a los grandes debates del momento, cuya amplitud siempre ha caracterizado lo mejor de la experiencia académica estadounidense.

La política llegó paulatinamente. Su amistad con Charles Beirne, su proximidad a Milton Eisenhower, presidente de Johns Hopkins, su admiración hacia su profesora Mary Ann Glendon, luego embajadora de los Estados Unidos ante la Santa Sede...

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