Vitrina de múltipes dramas cotidianos

OSMAN PÉREZ MÉNDEZ . osman.perez@gfrmedia.com

Una oficial entra al salón de espera e indaga por el detenido. "¿Van a dejar a dejar a ese individuo ahí todo el día?", pregunta. Se asoma brevemente a la ventanilla de cristal opaco y luego dispara otra pregunta. "¿Y quién le va a traer comida?" Mientras anota algo en un libro, se entera que el individuo está allí detenido "por daños". Acostado en el banco de la celda, el hombre duerme ajeno a todo lo que pasa a su alrededor.

En el salón, entretanto, ya se da el cambio de turno. Las agentes se retiran del retén y su lugar lo ocupan dos hombres. Una joven policía camina uniformada y con zapatos de tacón en la mano rumbo al baño. Al rato, sale completamente transformada. Va vestida con ropa negra a la moda y los zapatos de tacón, con el cabello suelto y dejando una estela de un suave aroma floral.

El individuo continúa durmiendo en la celda. Solo viste un 'short' porque, como medida de seguridad, a los detenidos le retiran las otras prendas de vestir para evitar que atenten contra sí mismos. Pero el dúo que asume el nuevo turno en el retén, apenas se acomodan en su puesto, y ya tienen público esperando.

El Nuevo Día estuvo toda una tarde en el retén de un cuartel de la Policía capitalino, y fue testigo del sinnúmero de situaciones que llevaron allí los ciudadanos. Son pequeños dramas desde afuera, grandes para el que los vive. Son los pequeños exabruptos de la vida expuestos a la vista de extraños. Es un día cualquiera en un cuartel de la Policía.

Decenas de personas pasaron por allí en esa tarde "tranquila". Muchos iban a buscar documentos relacionados a la Ley 300, que según revela un letrero es un registro de antecedentes delictivos para las personas que tienen cuidos de niños y envejecientes. En esos casos, la instrucción era simple: "inscríbase en el registro, pase y suba al segundo piso".

Pero otros tantos acudieron allí por robos, choques, accidentes y situaciones familiares. El agente del retén se esforzaba en atenderlos con celeridad, tanto a los que estaban allí como a quienes llamaban por teléfono. Lo más común parecían ser las querellas de choque leves. Pero cada cuál era un caso aparte, como el de la señora que, en medio de su nerviosismo, no lograba decir qué parte de su carro había resultado dañada y tuvo incluso que salir a verificar su tablilla, o la elegante señora de traje identificada como "la licenciada" por la joven que le había chocado. A la hora de dar sus datos, "la...

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