Weak

Yara Liceaga

Mientras vas extinguiendo uno de los cheques maravillosos del WIC todo de un cantazo, pensando con qué poción innombrable ablandarán (si alguna vez) los garbanzos provistos, cruzando los dedos para que los cereales no tengan la textura gomosa que ganan cuando están un poco pasados de tiempo, o que las tortillas no haya que freírlas para que sepan decente, te baja medianamente la ansiedad en cuanto vas echando cartones y cartones de leche, adicionales a los tres o cuatro galones que ya tienes bien guardados en fundas plásticas (dobles, por supuesto) del líquido que dará cafés, chocolatinas, avenas, farinas, cremas de maíz, batidas a granel.

Los niños estarán contentos, una se dice. Los desayunos, cubiertos.

Cuando la cabeza cae en el almuerzo o la cena, se empieza a nublar el pensamiento revolviéndose el paladar en los frutos que siempre regalaban a la familia el abuelo de aquella amiga de la infancia.

Saber distinguir la frescura de los tostones o las viandas que se hacían de aquellos regalos, que después supiste que el viejo no vendía por falta de...

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