Zumba, candunga, bombea... ¡A bailar salsa!

Suena la conga, el cencerro, el piano y la trompeta. Se les unen el trombón, el güiro, el timbal y las maracas. Los palos marcan la clave: ta, ta, ta... ta, tá.

¡Salsaaaaaa!

Entonces, ocurre lo inevitable. Una sonrisa instantánea se dibuja mientras esa explosión de ritmos se apodera del cuerpo. Los pies se mueven. Las caderas se mecen de lado a lado. El esqueleto completo se contonea sin remedio.

¡Salsaaaaaa!

En esta islita, el que más y el que menos ha sentido el fuego de esa música contagiosa en la sangre y ha caído rendido a sus encantos. Al fin y al cabo, son los sonidos y ritmos que nos acompañan desde la cuna y que son parte de nuestra esencia como pueblo.

Cae la tarde y la cita es en el atrio del Choliseo.

Afuera hace calor. Adentro está más fresco. Van llegando poco a poco. Son tan diversas, como la gama de colores de un arcoíris. Hay adolescentes, maduras y mayorcitas. Delgadas y gordas. Altas y bajas. Rubias, colorás, morenas y mulatas. Unas llevan tacos y otras calzan tenis. Unas visten faldas y otras, sudaderas.

Son 200 mujeres a quienes las une un objetivo: disfrutar y aprender a bailar salsa. Pero no son los pasos básicos que todos damos en cada esquina. No, señor. Es aprender a usar muy bien las caderas, las manos, los hombros. Es saber dar pelo en el momento justo y, por supuesto, mover los pies en pasos cortitos o largos.

La idea es que cuando entren a la pista de baile, el salón se paralice con su presencia y estilo. Que puedan provocar un ¡échaleeee!

Una montaña de carteras y bolsos se ubican en una mesa. Los celulares, guardados. Pronto serán las 7:00 de la noche. Cada una busca su lugar y se acomoda. Entonces, hace su entrada la maestra de baile, Yamileth Otero. Su clase se llama Divas y es parte del taller Cambio en Clave. Sube a la pequeña tarima y con su voz suave saluda a las estudiantes.

“Vamos a aprender a usar la parte de arriba de nuestro cuerpo, porque cuando un caballero nos saca a bailar no se fija en los pies, se fija en la forma en que movemos las manos, sonreímos. No sacan a las que tienen cara de coraje, ¿verdad?”, dice.

La clase entera responde con un sonoro “nooooooo”, seguido de muchas risas.

Yamileth arranca explicando el paso básico cruzado para que las chicas se vayan soltando y se sientan en confianza.

“Muchas están acostumbradas a mirar hacia abajo mientras bailan y eso hay que cambiarlo”, insiste.

Marca los pasos con uno, dos, tres... cinco, seis y siete.

Uno, pie izquierdo cruzando frente al...

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