Julia contra el mundo

Al principio, si uno lo miraba fríamente y lograba abstraerse de ciertas reverberaciones de la historia, puede que no pareciera una mala idea.

El Departamento de Educación lleva décadas resquebrajándose. La política partidista lo volvió una bestia de mil cabezas, decrépita, disfuncional, golosa, a la que nadie osaba enfrentar, menos aún dominar. Hay, allí dentro, ejércitos dedicados a que nada pase. Planes, reformas, miles de millones de dólares, todo eso y más, caía allí como carne cruda y jugosa en cueva de leones; nadie podía dar cuenta de nada después.

Secretarios y secretarias de todos los colores y tamaños trataron de abrir camino en la selva, sin éxito, algunos por falta de tiempo y otros, porque no servían para nada. Es que en los últimos 10 años ha habido siete secretarios. Uno cada año y medio, en promedio. Cuando Luis Fortuño, cuatro accionaron el timón. Hace mucho tiempo hubo uno, José M. Gallardo, que duró ocho años, pero eso fue en los años de las guácaras, del 1937 al 1945. El segundo que más duró, Víctor Fajardo (1994 al 2000), terminó preso por haberse robado hasta los clavos de la cruz.

Se desplomaba el desempeño de los estudiantes. Las maestras y maestros a menudo tenían que comprar la tiza y el papel de construcción de su propio bolsillo. Los estudiantes de educación especial eran cruelmente abandonados.

Para lo que sí nunca dejó de servir fue para hacer multimillonario a cuanto espécimen de hechicero, taumaturgo y milagrero llegara por allí sobre alfombras mágicas y envuelto en sahumerios e inciensos, prometiendo desde enseñar a los directores cómo hacerse el nudo de la corbata, hasta a los niños a hacer oratoria en esperanto. Más de uno terminó haciendo nudos de corbata y hablando en esperanto en una fría celda.

En ese contexto de tierra arrasada, es que puede que haya habido más de un “qué más da” o “peor no puede ser” cuando el gobernador Ricardo Rosselló anunció el nombramiento de Julia Keleher como secretaria de Educación. Keleher no es de aquí y casi nadie la conocía. Es de Filadelfia y tiene oficinas en Washington. Pero llevaba ya unos diez años asesorando al Departamento de Educación y alguna gente dentro de la agencia la conocía. Algunos de los que la conocían dieron excelentes referencias de ella.

Había dos maneras de mirar el que no fuera de Puerto Rico.

Para unos, era inaceptable que alguien que no hubiera sudado nunca nuestro sol, ni tuviera vela en nuestro entierro, estuviera a cargo de la educación de...

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