Pasados por agua

Por Jorge L. Pérez

jperez@elnuevodia.com

Para muchos, el verdadero desastre fueron las largas e interminables semanas de vivir sin electricidad, sin agua, sin poder transitar -ni siquiera a pie- por las calles que parecían haber sufrido un bombardeo o un terremoto: postes caídos, cables del tendido eléctrico reposando peligrosamente sobre el asfalto, árboles y arbustos desparramados por todas partes...

Era como si, de buenas a primeras, la vida en Puerto Rico hubiese regresado al siglo 19, imperando la comunicación de persona a persona para poder enterarse uno siquiera de los rumores más recientes: que ya había camiones de la AEE estaban a dos cuadras, por ejemplo, o que en cualquier momento se restauraría el servicio postal.

A la fuerza, mucha gente se acostumbró a dormir en el suelo, a sobrevivir sin el aire acondicionado y sin televisión, a hacer fila en los oasis para llenar los grandes envases de agua.

Y quizá lo que había aumentado el impacto de la desgracia era que habían pasado más de tres décadas desde que Puerto Rico experimentara una situación similar con el paso del huracán Santa Clara en 1956.

Es decir, era probable que más de la mitad de la población de la Isla no supiera lo que era un huracán, y la otra mitad, confiando en la realidad de que hacía 33 años que no pasaba uno, a su vez pensara que existía tal vez una fuerza sobrenatural que protegiera al país, provocando que los fenómenos voltearan la cara y cambiaran de rumbo en el último momento.

Pero esta vez no fue así.

El 9 de septiembre de 1989 -un día como hoy, hace 23 años- unas amigables ventoleras empezaron a congregarse cerca de las islas de Cabo Verde, al oeste de África, formando primero una tormenta y, al poco tiempo, un huracán.

Según los meteorólogos, la formación de un fenómeno de este tipo cerca de las costas occidentales de África se conoce precisamente como un huracán "tipo Cabo Verde", formándose apenas uno o dos en cada temporada de huracanes.

Se consideran los huracanes más fuertes, más que nada porque el trasladarse hacia al oeste desde África franqueando la totalidad del océano Atlántico sin encontrar prácticamente ningún obstáculo terrestre, les permite fortalecerse a sus anchas.

Así, Hugo ya se había convertido en huracán para el 13 de septiembre, alcanzando incluso la intensidad máxima de vientos sostenidos de más de 160 millas por hora (o categoría 5) antes de debilitarse al tropezar con las Antillas Menores.

Cuando finalmente llegó a Culebra y...

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